3/12/18

eterno resplandor de la mente inmaculada

Andy Silverman, el veterano cómico judío, el hombre que ha hecho reír a varias generaciones de norteamericanos, y por extensión, a varios millones de personas alrededor del mundo. Andy Silverman, la leyenda, recibe esta noche el premio a una carrera entregada al público. 

Más de 3000 asistentes puestos en pie, una ovación sincera y unánime, aplauden a la discreta figura que avanza con pasos cortos pero enérgicos a través del pasillo central. Nick Dixon, un detective genital, Bananas go Bananas, Mi loca leprosería. Y los monólogos, los libros. Todas las reflexiones ingeniosas. Las entrevistas en ropa interior. Aquella en el cuarto de baño de un avión. Aquella sobre una enorme pila de estiércol. Andy Silverman, ojalá fuéramos tú. Ojalá lo hubiéramos sido en algún momento al menos.

Después de subir al escenario dando un salto, el único sonido en todo el teatro es el del papel, desdoblándose, que extrae del bolsillo interior de su chaqueta. Hasta él necesita un guión en una situación como ésta. Viejo Silverman, lunático maravilloso, con qué nos saldrás esta vez.

El repaso a su vida es conmovedor y ocurrente, las lágrimas del auditorio pasan de la hilaridad a la emoción a través de sus estados intermedios. De pronto Andy hace una parada. Sonríe, agacha la cabeza. Hasta él se turba en una situación como ésta. «No, no es eso. Es que, veréis, no entiendo lo que pone aquí. No entiendo mi propia letra». Tan típico de Andy. Tan Silverman. Nadie ha conseguido dominar igual de bien el ritmo en la comedia. Las pausas y los silencios.

La parte final del discurso provoca que los presentes estallen en una salva de aplausos que dura varios minutos. Continúa mientras Andy Silverman recoge el galardón. Mientras saluda dando las gracias. Mientras baja de las tablas.

El texto que Andy ha leído vuelve a estar en el bolsillo interior de su chaqueta. No lo ha escrito a mano. Está escrito en letras de molde. Courier, tamaño 12. Igual que siempre.

Continúa mientras Andy Silverman camina por el pasillo central.

Ha querido guardarse esa pequeña broma para sí mismo.

Continúa mientras Andy Silverman se pierde entre las sombras del fondo del teatro.

Porque la certeza de que está comenzando a olvidar cómo se lee y todas las demás cosas es demasiado para él, y no conoce otra manera de enfrentarlo.

Continúa mientras Andy Silverman abre la puerta de salida. Y se va.

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