9/4/18

2024

En 2024 lo que se llevaba era terminar en la cárcel (el consumo compulsivo de Netflix, con consecuencias tales como pérdida total de visión o supresión de la individualidad, había dejado de ser un reto estimulante). Conseguir que te llamaran fascista, estalinista, misógino, terrorista o asesino era bastante sencillo. Bastaba con escribir cualquier cosa. Para llegar a la cárcel había que esforzarse un poco más. Así que la juventud estudiaba a los clásicos buscando en aquellos libros una fórmula precisa para acabar entre rejas. Podías decapitar a tu padre y violar su cabeza, poner una bomba en una guardería o abandonar a tu abuela desnuda en el bosque a medianoche, pero las redes sociales eran lo único que te garantizaba el acceso a una prisión de máxima seguridad.

Una vez allí resultaba primordial subsistir. Superada esta primera fase había que ascender hasta lo más alto. Hasta la cúspide de los reclusos más execrables. Sólo unos pocos lo conseguían. Cualquier pequeño desliz y podías quedarte en el camino, pasando a desempeñar un puesto dentro de cualquiera de los estamentos simplemente ignorados de la sociedad. Cultura, ciencia, educación o cargos todavía peores. Riesgo elevado, a la altura de la recompensa: un torneo a muerte entre los presos que integraban la jerarquía superior se celebraba cada poco tiempo. El evento era retransmitido por Instagram (había sustituido a cualquier otro medio de información) para todo el planeta (al fin existían certezas de que era plano).

De ahí salía un único vencedor (las guerras civiles del extremarcado no habían resuelto el uso conveniente del lenguaje inclusivo, ora en femenino, ora en masculino, como tampoco tuvo éxito la neolengua sintética denominada ‘persona’ que pretendía ser perfectamente equitativa, así que no existirían avances en otros ámbitos relacionados con la igualdad, mucho menos urgentes, hasta que no se solucionara esto) que pasaba a formar parte del programa de promoción Supervivientes, emitido también por Instagram. Él y otros influencers combatían (siempre a muerte) por un perfil en Facebook con 50 000 amigos de partida y por la presidencia del Gobierno. El tuit adecuado podía llevarte a ser presidente en menos de seis meses, el plazo en que se producía su renovación. Ningún político era capaz de aguantar más tiempo sin corromperse.