12/11/18

sálvanos, hombre trivago

El sonido del parqué crujiendo 
bajo gruesos calcetines de lana. 
Gruesos jerséis de lana 
y una taza de chocolate caliente.
Treme en Blue-ray. 
Cocinar con una copa de vino blanco,
Massive Attack al Mad Cool. 
Tabaco, de fiesta. 
Un porro después de cenar,
en contadas ocasiones  
(cocaína, una vez).
Fruta. La fruta. 
Paula. 
Mónica. 
Esther. 
Algo cercano a una experiencia homosexual
en la escuela de negocios. 
Arquitectura. La arquitectura. 
Sobrinos
con gruesos jerséis de lana.  
Ligeros problemas de espalda,
spinning, lo mejor.
Patinete eléctrico,
un modelo sostenible. 
Mochilero en Latinoamérica,
cuatro estrellas en Berlín.
Nochevieja en Rabat,
inspiración nórdica. 
El hijo predilecto de Europa. 
Por favor, Hombre Trivago. 
Hombre Trivago, por lo que más quieras,
sálvanos de toda esta inmundicia. 
No más miradas desesperadas, 
no más abatimiento, 
no más reclusión. 
Enséñanos tus fotos
en restaurantes balineses, 
ayúdanos a soñar. 

8/11/18

valtari

En un primer momento se me había pasado por la cabeza que esto lo escribiera Valtari. Colocarlo sobre el teclado y a ver. 6vr66r ¡4nkññññsc owqioikcanlñfweo. Algo parecido a eso. Pero Valtari es muy grande y me da no sé qué ponerlo ahí. Está fuera, voy a salir a fumar y os cuento cómo de grande es. 

Lo que yo decía. Muy grande. Valtari es un gato. Gatazzo. Está gordo y si le frotas el lomo se deja caer como un niño gordo. Luego te muerde y no existe otra manera de que haga algo de ejercicio, uno o dos abdominales espasmódicos. Tiene la cabeza de un gato callejero y el cuerpo más o menos de un bosque de Noruega, que es una raza de gatos que hay. Por eso se llama Valtari. Por el disco de Sigur Rós. Que Sigur Rós sean islandeses en lugar de noruegos no guarda ninguna relación. Los bosque de Noruega cazan ratones, pueden pescar peces y son ágiles y juguetones. Valtari no. Valtari hace lo que le sale de los cojones. Valtari no tiene cojones, pero ni siquiera eso es un impedimento para que lo haga. 

Valtari está obsesionado con la manguera de la terraza. A veces come hierba y otras se escapa a Pequeño Prípiat (me doy perfecta cuenta de que no sabéis qué es Pequeño Prípiat). Tiene manicas como de mono y te partes de risa con él cuando en mitad de un maullido se le escapa un bostezo. Si le tiras un palo, te lo trae. Durante las últimas semanas nos fuimos uno a uno a pasar varios días fuera y Valtari se estresó. Intenté convencerle de que no estaba en una película de terror en la que los personajes van desapareciendo poco a poco, no me hizo caso. Nunca me hace caso porque según parece prefiere a las mujeres. Lo entiendo. Por la mañana le cojo de la cara y le digo: «Valtari, tío, tienes treinta y tantos años [su edad de gato], ya va siendo hora de que te comportes como una persona normal». Nada. Le da igual. También entiendo eso.

Algunas tardes viene a verle otro gato al que llamamos Batman (si al final resulta ser una gata la llamaremos Catwoman), aunque ocurre como cuando yo trato de explicarle las cosas. Se miran un rato, conforme. A lo mejor hasta intercambian cuatro chascarrillos, pero Valtari pasa enseguida a lamerse allí donde solían alojarse sus pelotas.  

No sé qué más contaros de él. Se le han puesto los ojos de medianoche y está frenético perdido tratando de conseguir un trozo de pavo. Ven, Voltarén, satánico animal. Firma; anda. 

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