La chica que me vende el pan
es nueva.
Lo noto enseguida.
Aunque sólo fuese
porque está más nerviosa que yo,
lo habría notado.
A este lado del mostrador
siempre estamos más nerviosos.
Cuando me da las vueltas
le digo:
“gracias”,
y con un gesto que he ensayado
mentalmente
le digo:
“ánimo”,
porque me parece apropiado.
Escucha mis gracias,
pero mi gesto y mi ánimo y mi apoyo
van a dar contra las barras del fondo.
Ella ya no está escuchando
y habla con otro cliente.
Esta tarde
alguien comprará una baguete
alentada
con unos ánimos
que
(ahora me doy cuenta)
necesitaba para mí.
(Escuchando: Pixies - Magdalena 318)
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