Algo que no pasó. Algo que no sea tan disparatado como para que resulte inconcebible que pasara pero que en realidad no pasó. Algo que pudiera, por qué no, mantenerse agazapado en una grieta profunda y oscura del cerebro de una persona. Algo que no tenga una carga emocional reseñable de la que se hubiera servido esa vivencia para anclarse en el hipocampo (en realidad, estudios recientes localizan la memoria a largo plazo en la corteza motora). Algo neutro. Plausible. Algo parecido a esto:
—Joder. Eso es como cuando se podía fumar en los supermercados.
—¡Es verdad! Dios. Fumar en los supermercados.
—Jajaja… ¿Cómo? ¿Cuándo se ha podido fumar en los supermercados?
—No sé. Cuando se podía fumar en todas partes. Yo me acuerdo de ir al pediatra y estar el tío fumándose un cigarro.
—Ya, pero en los supermercados nunca se ha podido fumar.
—Que sí, mujer. Si había ceniceros. Lo recuerdo perfectamente.
—Os estáis quedando conmigo, ¿verdad?
—Tú eres la que se está quedando con nosotros. Pregúntaselo a cualquiera. Pregúntaselo a tus padres.
—No voy a preguntarles a mis padres esa chorrada. Igual en Estados Unidos se podía fumar pero aquí nunca se ha podido fumar en los supermercados.
—Bueno, como quieras. Entonces nos lo acabamos de inventar, ¿no?
—Claro.
—Vale. Lo que tú digas.
—¿Pero cómo es posible que no te acuerdes?
—Nada, nada. Déjala. ¿Quién quiere otra?
—Yo mismo.
—Anda, pide tres.
Si dos o más individuos se asocian para elaborar esa fantasía y lo hacen bien, introducen el falso recuerdo con las precauciones oportunas y cambian de tema en el momento preciso sin darle mayor importancia, crearán en la persona engañada una incertidumbre que puede transportarla a un delicioso universo de recuerdos alternativos. La persona engañada (en caso de que el experimento se haya hecho con el sujeto adecuado, y así es como tiene que hacerse) buscará información al respecto a través de diferentes vías. Siendo un hecho insignificante como el ejemplificado arriba, no encontrará gran cosa y lo dejará correr, pero existe la posibilidad de que un amigo le diga: “Sí, claro que se podía fumar en los supermercados”. La persona engañada habrá activado, sin saberlo, el falso recuerdo en un nuevo sujeto. La persona engañada es aquí doblemente engañada mientras, a su vez, ella misma está engañando a la otra parte de alguna forma. Implantado todo esto de manera apropiada y con un poco de suerte, es de esperar que al cabo de un tiempo aparezca alguien que trate de convencerte de que antes se podía fumar en los supermercados. Que si no te acuerdas. Porque él sí. Él se acuerda perfectamente de los ceniceros. Entonces, tus cómplices y tú, los legítimos artífices del mito, lo habréis conseguido.
(Escuchando: Blur - Oilywater)
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