Cada vez que la pequeña Alicia veía una estrella
fugaz o soplaba las velas de su tarta de cumpleaños (en el improbable caso de
que se hubiera encontrado con un genio salido de una lámpara habría obrado igual)
pedía un deseo. Un único deseo. Siempre el mismo. No perder sus manos. Le
aterraba la idea de quedarse sin ellas. ¿Cómo manejarse sin manos? Tenía que
ser algo terriblemente complicado que no le apetecía comprobar.
Pasó el tiempo, se hizo mayor y… Ya. Tuvo un
accidente y le cortaron las manos. No, no. Yo no he dicho eso. Los brazos
entonces. Claro que no, ¿cómo iba a conservar las manos habiéndole amputado los
brazos? Ya sé. Las piernas. Una de ellas por lo menos. Que no, que no. Algún
dedo. Nada. Qué manía. ¿Quién está escribiendo esto, vosotros o yo? Pues
entonces. Dejadme que siga. Pasó el tiempo, se hizo mayor y sus manos siguieron
desarrollándose al mismo ritmo que el resto de su cuerpo. No hay mucha gente
que pueda presumir de lograr que sus anhelos más primarios se hagan realidad. Alicia
lo estaba consiguiendo. Y sí, vale, ahora viene el accidente.
Una tarde de primavera Alicia estaba esperando el
ascensor. Que parecía estar averiado, porque no bajaba. Introduzcamos aquí una pequeña
elipsis para ahorrarnos el proceso que la llevó a situarse en el hueco del
ascensor al tratar de ponerlo en marcha y situémosla ahí directamente. Que es
lo que nos interesa. Subir andando no es una opción en este caso. Bien. Ahora
dejemos caer el ascensor sobre ella. Ante la que se le venía encima, Alicia
sólo pudo reaccionar alargando sus extremidades superiores hacia la escalera en
un intento de poner las manos a salvo. A salvo quedaron. Chapoteando
alegremente en un charquito de sangre hasta que un médico que pasaba por allí porque
iba de visita al quinto izquierda (ya se sabe cómo son este tipo de
casualidades) se hizo cargo de ellas. Diríase que la obsesión de Alicia por no
perder sus manos condujo a sus manos a perderla a ella. Podría decirse esto si
no fuera una soberana gilipollez.
Menos de 15 horas después, sus manos ya formaban
parte de una mujer con el mismo grupo sanguíneo que ella y una estructura ósea
parecida. Vaya, parece que se salió con la suya. Las manos de Alicia siguieron funcionando
después incluso de que hubiera muerto. Qué va. El sistema inmunológico de la
receptora terminó rechazándolas y hubo que extraérselas. ¿Pudieron
implantárselas a otra persona? Pero bueno, ¿estamos locos? Menuda marranada.
Unas manos de tercera mano. A quién se le ocurre. Las manos descansan en la
misma tumba en la que lo hace su propietaria original. Como tiene que ser.
(Escuchando: Primal Scream - Elimination Blues)
2 comentarios:
Le echaste una manita despiadada a nuestra protagonista con éste relato.
Todo pianista que lea ésto, ha sido condenado por tí al uso de la escalera.
Espero estés disfrutando de salud mental, físicamente pareces estar sano.
¿Significa eso que mentalmente parezco no estarlo?
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