Raúl San Mateo, un tipo testarudo y consagrado por entero a su suicidio. Desde que era un muchacho (no sé, pongamos desde los diez años; puede que un poco antes), se dio cuenta de que el suicidio era lo mejor que la vida podía ofrecerle. Más una experiencia completa y trascendental que una manera de escapar de unos problemas que, en realidad, no tenía. Su existencia era confortable, pero un poco insulsa. El mundo está lleno de casos así. Comoquiera que San Mateo fuese creciendo y sus ideas afianzándose (la mayoría de la gente va desechando las pasiones de la niñez, pero en este caso no fue así), se decidió a poner en práctica, por fin, un suicidio en condiciones. Esto ya en la pubertad. La idea del seppuku le tentaba, pero resultaba un ejercicio demasiado aparatoso y le apenaba imaginarse a su madre limpiando el cuarto de baño después. Así que, aprovechando que era verano y hacía buen tiempo, pensó en meterse en una balsa que estaba cerca de su casa con los bolsillos llenos de piedras. A lo Virginia Woolf. Y eso fue lo que hizo. Pero cuando había pasado unos minutos sumergido, un pescador que andaba por la zona se tiró al agua y lo sacó a base de collejas. Que si chaval tú estás tonto, que te podías haber matado, que si de esto tienen que enterarse tus padres, etc. Así que Raúl volvió a casa más cabreado que abochornado y más mojado que las otras dos cosas juntas. Que ya es decir.
Por suerte sus padres no se enteraron.
A esta primera tentativa siguieron otras muchas. Ahorcamiento, salto por el hueco de la escalera de su casa, detergente, fuego, paracetamol, cuchillas afiladas (la consecución de su objetivo se convirtió en algo más importante que los contratiempos que pudiera ocasionarle a su madre), monóxido de carbono, medianos depredadores, explosivos, veneno, armas de fuego, agentes radioactivos, comida basura, ahorcamiento con lastre en los pies, mezclas de varias de las prácticas anteriores con algún añadido y, bueno, muchas otras maniobras más o menos inéditas. Claro. Si lo intentaba de formas tan diversas y numerosas es porque ninguna de ellas terminaba de funcionar. Que esto creo que no hace falta ni que lo diga, pero por si acaso. Algún brazo roto, un pequeño arañazo y la consiguiente bronca de sus padres, no mucho más. Bah, pero llegó un momento en que dejó de preocuparse por sus padres y por todo en general. Su único propósito era levantarse por la mañana, desayunar algo que pudiera matarle y preparar el suicidio del mediodía. Así a diario. Pero, ay. Lo que Raúl San Mateo no sabía es que en su intento noventa y ocho había tenido éxito. Una sofisticada combinación de productos químicos, maquinaria agrícola y cables de alta tensión, le había mandado derechito al otro barrio. Mientras él, nada. Ni enterarse. Tal era su ofuscación. O sea, que llevaba ya un tiempo tratando de suicidar a un suicidado. Y todavía sigue, no os creáis.
(Escuchando: Depeche Mode - Heaven)
5 comentarios:
Los muertos son bastante renuentes al suicidio, es una de sus características. Lo dijo el poeta, es necesario morirse muchas veces mucho.
Excelente. Un abrazo.
Muy pero muy bueno!! Me gusta esa oración final del narrador. Saludos van
¡Excelente micro, Budoson! Una pieza muy bien construida -tanto en creación de personaje como en pulso narrativo- que nos va llevando por lo fantástico hasta que al lector le resulta natural su cierre sea así y no distinto.
Mis aplausos.
Un saludo,
Oh, gracias. Me alegro de que os haya gustado.
No pedí permiso,... pero me lo llevé al FB como un buenos días.
Saludos.
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