Llegué aquí en septiembre. No tuve que mirar muchos pisos, porque en cuanto vi éste me convenció. Había hablado con David por teléfono, pero fue su hermano quien me lo enseñó. Él andaba especialmente ocupado esa semana. Enseguida me di cuenta de que David andaba especialmente ocupado siempre.
Pasé los primeros días liado, rellenando un montón de papeles en la universidad, consiguiendo mil tarjetas y conociendo un poco la ciudad. Paseando por ella, a mi aire. El tiempo que tenía libre lo rellenaba organizando mi habitación. No sé quién estuvo en ella antes que yo, pero digamos que su forma de colocar los muebles era desquiciantemente aleatoria. Seguramente violaba todas las leyes que se pueden violar en el Feng Shui. No coincidimos esa semana. Más tarde me dijo que en realidad sí habíamos coincidido. Que una de las primeras noches me encontró dormido en el sofá y que le pareció mal despertarme para presentarse. Íbamos a compartir piso durante seis meses, ya habría tiempo de conocerse.
La casa me gustó. Me pareció grande, bien situada y no tenía problema de ruidos, humedades o vecinos conflictivos. Cuando has pasado por varios pisos, valoras no encontrarte con vecinos chiflados. El barrio me gustó. La universidad me gustó. La ciudad me gustó. Pero seguía, no estrictamente pero sí en la práctica, viviendo solo. David y yo no nos habíamos encontrado todavía. Durante ese mes le llamé algunas veces para preguntarle sobre cosas referentes al piso. Parecía buen tío. Un día volví a recoger una libreta que había olvidado y escuché un ruido en el baño. Se estaba duchando. Le saludé a través de la puerta pero no me oyó. Grité preguntándole si nos veríamos esa noche, pero el ruido del agua y la madera de la puerta ahogaron mis palabras. Tenía el tiempo justo para volver a clase, así que tuve que marcharme.
En octubre pasó algo. Una noche me desperté de madrugada y creí oír voces a través de la pared. Voces y lo que no eran exactamente voces. Lo que yo no degradaría al término voces. David estaba en la habitación de al lado con una chica. Un momento perfecto para que nos conozcamos todos, pensé sonriendo. Pero opté por rodear mi cabeza con la almohada y me quedé dormido sorprendentemente rápido. Por la mañana, el sonido de alguien preparando el desayuno en la cocina me devolvió al mundo real. Mis oídos se habían sensibilizado mucho. Salí rápidamente de la cama y me vestí con la ropa del día anterior. Por fin había alguien en casa. Cuando llegué a la cocina, aturdido, despeinado y con los ojos hinchados me encontré con algo que no esperaba. Con algo que no habría esperado ni en uno de esos días en los que todo, por el motivo que sea, sale milagrosamente bien.
(Escuchando: The Sisters of Mercy - Amphetamine Logic)
Pasé los primeros días liado, rellenando un montón de papeles en la universidad, consiguiendo mil tarjetas y conociendo un poco la ciudad. Paseando por ella, a mi aire. El tiempo que tenía libre lo rellenaba organizando mi habitación. No sé quién estuvo en ella antes que yo, pero digamos que su forma de colocar los muebles era desquiciantemente aleatoria. Seguramente violaba todas las leyes que se pueden violar en el Feng Shui. No coincidimos esa semana. Más tarde me dijo que en realidad sí habíamos coincidido. Que una de las primeras noches me encontró dormido en el sofá y que le pareció mal despertarme para presentarse. Íbamos a compartir piso durante seis meses, ya habría tiempo de conocerse.
La casa me gustó. Me pareció grande, bien situada y no tenía problema de ruidos, humedades o vecinos conflictivos. Cuando has pasado por varios pisos, valoras no encontrarte con vecinos chiflados. El barrio me gustó. La universidad me gustó. La ciudad me gustó. Pero seguía, no estrictamente pero sí en la práctica, viviendo solo. David y yo no nos habíamos encontrado todavía. Durante ese mes le llamé algunas veces para preguntarle sobre cosas referentes al piso. Parecía buen tío. Un día volví a recoger una libreta que había olvidado y escuché un ruido en el baño. Se estaba duchando. Le saludé a través de la puerta pero no me oyó. Grité preguntándole si nos veríamos esa noche, pero el ruido del agua y la madera de la puerta ahogaron mis palabras. Tenía el tiempo justo para volver a clase, así que tuve que marcharme.
En octubre pasó algo. Una noche me desperté de madrugada y creí oír voces a través de la pared. Voces y lo que no eran exactamente voces. Lo que yo no degradaría al término voces. David estaba en la habitación de al lado con una chica. Un momento perfecto para que nos conozcamos todos, pensé sonriendo. Pero opté por rodear mi cabeza con la almohada y me quedé dormido sorprendentemente rápido. Por la mañana, el sonido de alguien preparando el desayuno en la cocina me devolvió al mundo real. Mis oídos se habían sensibilizado mucho. Salí rápidamente de la cama y me vestí con la ropa del día anterior. Por fin había alguien en casa. Cuando llegué a la cocina, aturdido, despeinado y con los ojos hinchados me encontré con algo que no esperaba. Con algo que no habría esperado ni en uno de esos días en los que todo, por el motivo que sea, sale milagrosamente bien.
(Escuchando: The Sisters of Mercy - Amphetamine Logic)
3 comentarios:
Aprendes rápido, Budo. Has dejado la cosa en un cliffhanger.
...Y en realidad no estaba previsto.
emocionante
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