Si a lo mejor los habéis visto. Son dos. Tienen ya el pelo blanco y visten elegantes. Pasan el tiempo en la terraza de una cafetería que hay en la plaza de San Lorenzo hablando entre ellos todo el rato. Como en invierno está acristalada, la terraza, allí paran también entonces. Aunque es más agradable contemplarlos en verano, sin parapetos de ninguna clase y envueltos en la luz anaranjada del sol poniente. El dueño de la cafetería les conoce desde hace muchos años y deja que en la pizarra que cuelga al lado de la puerta de entrada escriban con tiza el tema sobre el que dialogan en cada momento. Puede ser la Guerra de los Treinta Años, puede ser Una temporada en el infierno de Rimbaud (que a lo mejor uno de los dos no ha leído, en ese caso tampoco se detienen mucho a hablar de eso) o puede ser, a ver, puede ser por ejemplo la diferente disposición de los botones en las prendas masculinas y las femeninas, en el lado derecho unos y en el izquierdo los otros (como existe una teoría histórica bastante extendida y factible y ambos la dan por válida sin mayores objeciones no pasan gran rato discutiéndolo tampoco). Puede ser cualquier cosa.
Cuando el coloquio avanza por derroteros diferentes a los de la materia recogida en el tablero de la puerta, pausan y uno de los dos actualiza el titular. Que hay veces que se arrancan con la fundación del Kaganato jázaro, se desvían hacia la peste negra (un asunto que les gusta especialmente tratar, pero por algún motivo nunca terminan centrándose en él), transitan El séptimo sello y que si Bergman es la principal influencia de Béla Tarr, que si no, que si es evidente que la principal influencia de Béla Tarr es Tarkovski, que si qué soberbias son de todas maneras las bandas sonoras que le hace Mihály Víg, que si he leído en cierta revista especializada que ahora está componiendo música para una película turca, que si habrá que verla entonces, que si la Sublime Puerta, que si vuelta a los jázaros del principio. Y en ésas se han levantado para borrar y anotar en la pizarrita lo menos veinte cuestiones todas diferentes para acabar en la primera, pero bueno, a ellos les gusta que si no no estarían allí todos los días y así algo de ejercicio hacen. Digo yo. Otras veces ya se ven venir y dejan reposar la tiza aunque por regla general son bastante meticulosos.
Claro, claro que puede uno acompañarles en sus disquisiciones. Se lo suelen tomar muy bien y es raro que rechacen incorporaciones. Hombre, si notan que el agregado no está a la altura, igual rebajan la potencia del debate o igual (esto depende mucho del día y hasta de la hora) le invitan (también el grado de brusquedad depende del momento) a que se vaya directamente a hacer puñetas. O se van ellos si por lo que sea hay demasiada concurrencia y se perciben como chimpancés destinados a entretener por el mero hecho de existir. Ni siquiera la arman si alguien que pasa por la terraza suprime el contenido de la pizarra y lo sustituye por otro canalizando el fluir de la cháchara en otra dirección. Siempre y cuando la cosa no sea una broma. Volvemos a lo de antes. Que hasta en esos casos, si la chunga está trabajada y tiene algo de recorrido, la disrupción se recibe con agrado.
¿Pero quiénes son estos dos? ¿Cómo se llaman? ¿Por qué lo hacen? Tal vez uno de ellos padece demencia y así no pierde el hilo de la tertulia. Tal vez impulsan una corriente artística. Tal vez sólo buscan llamar la atención. No sé, no tengo ni idea. Aparecían en un sueño que tuve el otro día. En realidad aparecieron cuando ya me despertaba, no estaban en el sueño. O sea que es bastante difícil que los hayáis visto.
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