En serio, tengo que irme ya,
es muy tarde,
mañana trabajo
y tengo que cuidar de mi padre.
Venga, no seas así.
Sólo una.
No puedo,
de verdad.
De verdad que no.
Y alguien está añadiendo vetas blancas
a la mesa de mármol negro.
Una para mí, otra para ti, otra para él, otra para ella.
Debería haberme marchado a casa hace una hora.
Joder, déjalo ya.
Sí, vale de dar el coñazo.
Pasa media hora más hasta que decide acompañarnos
y sus ojos se humedecen
y dice que esto no está bien,
se lleva una mano a la nariz
y dice que ahora sí, que se va,
en cuanto se le pase se va.
Con qué cara voy a ir a trabajar
y con qué cara voy a mirar a mi padre.
Esperanza es la última que se pierde,
pero al final siempre se pierde
igual que nos perdemos todos.
Porque total,
qué más da
si mañana nos despertamos muertos
o nos entregan las llaves de la ciudad en un acto solemne y multitudinario.
Qué importancia tiene de todas formas.
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