Érase una vez un hombre. Pulcro, ordenado y trabajador. Constante. Desprendido. No bebía. No fumaba. Pagaba sus impuestos. No soñaba. Abría la puerta a los demás y cerraba los ojos al rezar. Nunca dio motivos para que se cuestionara su reputación ni cuestionó la reputación de otros. Jamás se quedó dormido. Respetaba las normas del juego y acataba las leyes. Era la viva imagen de la integridad. Hoy nadie lo recuerda. Puede que alguien acierte a sostener: Oh, sí, espera. Me acuerdo. Era un hombre recto. Esto es lo único que dirán. Porque es lo único que se puede contar de él.
(Escuchando: Elvis - Something)
1 comentario:
Jamás supe acerca de alguien así.
Quizás la rectitud y el anonimato van juntos.
Pero un vinillo con la comida no hubiése disminuído su integridad.
También existe la falsa rectitud.
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