Es fácil reconocerlos. Caminan como si no tuvieran alma. Muchos se arrepienten o no reúnen el valor necesario y terminan echándose para atrás. Pero algunos sí que lo hacen. Para eso estoy yo aquí, para evitar que salten. Trabajo en aquella tienda de la esquina y cada día, después de cerrar, traigo mi silla plegable y me siento en el puente. Llevo haciendo esto desde hace… no sé, más de diez años. No busco reconocimiento ni fama ni nada de eso, de verdad. Sólo hago lo que creo apropiado. La mayoría simplemente necesita hablar y que le hagan ver las cosas de otra manera. Que le enseñen por qué merece la pena vivir. No me hace falta ser psicólogo. Hay días malos en los que una palabra amable puede hacernos sentir mejor. Nos pasa a todos. Por supuesto tiene una parte desagradable. Alguna vez me he quedado con el zapato de alguien en la mano. Otras veces, convenzo a uno de que no salte, pero a los pocos días aparece en el periódico. Eso es lo peor. Cuando crees que has conseguido evitar una muerte y te das cuenta de que no es así. Tal vez podías haberlo hecho mejor, aunque prefiero no pensar en eso. Bastante difícil es ya. Difícil de verdad. Pero alguien tiene que estar aquí. Quiero pensar que ellos esperan que esté aquí.
(Escuchando: Décima Víctima - Fe en ti mismo)
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