Más que cualquier herencia genética o predisposición biológica hacia la melancolía, lo que a Alicia Feliz no le hacía feliz era el carril por el que la vida la iba transportando.
Así que Alicia Feliz a veces estaba triste. Otras no. A veces estaba muy triste y a veces llegaba incluso a estar muy pero que muy triste. Por lo general no, ¿eh? Por lo general, guay. Pero a veces, mal. Cosas.
Alicia Feliz no tenía nada de estúpida, de manera que cuando estaba triste, muy triste y sobre todo muy pero que muy triste, se daba cuenta de lo patronímicamente ridículo de la situación. Eso le hacía mucha gracia. Le hacía reír. Y las penas se le quitaban un poco y luego ya del del todo.
Porque Alicia Feliz sabía que, con independencia de por dónde decidiera la vida llevarla, Feliz siempre iba a ser, lo cual le garantizaba un blindaje contra la tristeza suyo y de nadie más.
Era feliz pensándolo.