De acuerdo. Ahora imagina esto. Es 1999. Faltan once años para el lanzamiento de Instagram. En la radio suenan los Backstreet Boys, Britney Spears o Tender de Blur. Trabajas en una tienda de fotografía, es verano y es el verano previo a que empieces la universidad. Tus padres querían que lo hicieras y el dinero no te viene nada mal. Estás revelando el carrete que alguien te ha confiado hace un rato. Las fotos tienen que entregarse mañana, revelados en 24 horas, ya sabes, 1999. El carrete es de 36. Dentro de la cubeta las imágenes se aclaran poco a poco. Atónito, compruebas que en todas ellas aparece el cliente retratado. Primeros planos. Fotos a él mismo, autofotos. Tomadas a escasos centímetros de su cara. Los ojos muy abiertos, sonríe. Una sonrisa hiperbólica, extraña, grotesca. En varias proyecta los labios hacia el espectador, como si estuviera enviándole un beso. En algunas aparece con unas orejas y un hocico de conejo. En una con dos ancianos de mirada confundida, aturdidos, cansados, sus padres tal vez. En otra sostiene a un bebé. ¿Cuánto tiempo tardas en llamar a la policía?