El agua espantaba a las avispas escondidas bajo las hojas. Antonio García sujetaba la manguera con la que regaba las plantas mientras empleaba la mano libre rascándose un sarpullido en el mentón. Miraba el disco de cien metros de diámetro que permanecía suspendido sin emitir ningún sonido sobre la vertical de su raquítico jardín. Un ovni a todas luces. Media docena parpadeante. Naranjas, blancas. Durante el cuarto de hora que duró el avistamiento Antonio García pensó en cosas. No demasiadas, pero sí algunas. También notó el bulto de su móvil en el bolsillo trasero de los pantalones. Parecía un buen momento para comprarse otro. Uno que tuviera cámara de fotos.
9/5/16
4/5/16
momento
Todo el mundo debería tener el derecho
a salir desnudo a la calle de vez en cuando
un día de lluvia,
uno de esos días de rabioso y cálido aguacero,
adentrarse en la carretera
y avanzar contra los coches
amparado por los relámpagos
y por el buen Vivaldi,
Antonio el Sanador,
retumbando en los oídos por encima de los truenos,
las bocinas y los gritos
y llamar a eso
momento.
La gente tendría que levantar la vista
y contemplar con admiración,
los ojos quietos y doblados los labios,
al que camina sobre los techos de los coches,
tendría que llegar al día siguiente al trabajo
solicitando unas vacaciones no remuneradas con urgencia
porque algunos momentos requieren
más tiempo que otros
y la remuneración es de otro tipo, es mucho mejor,
coger un vuelo a cualquier lugar en el que haya hierba
que no sea éste,
para tumbarse sobre ella durante un rato
y mancharse,
un poco, un recuerdo,
la ropa de verde.
Todo el mundo debería poder hacerlo
y alguien lo suficientemente loco
debería escribir una ley al respecto;
ése sería su momento.
Después,
todo el mundo debería sentarse,
fumarse un cigarrillo
(no hay temporizadores reflexivos como los cigarrillos)
alargando el momento todavía un poco más.
Ese epílogo iría muy bien para pensar:
«Las cosas no están tan mal,
la vida merece la pena».
Así hasta el próximo momento.
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