Una semana después de que te fueras hice que barnizaran por fin el parqué del salón. Un poco por joder, no te digo que no. Un poco por ahora que te has ido es justo cuando voy a hacerlo. Un poco por mantenerme ocupado, superarlo y todo eso. En cuanto aquel tipo terminó su trabajo y salió de casa, me di cuenta de que se había dejado un pelo tuyo debajo de la brillante capa de poliuretano. Una redundancia innecesaria. Tu pelo siempre ha llamado la atención por su brillo. Es tuyo. Resulta una tontería creer otra cosa. Conozco tu pelo. Es demasiado largo para ser mío.
Trato de no pensar en eso. Porque si pienso en tu pelo me pongo triste. Y si me pongo triste voy por ahí cabizbajo. Mirando al suelo. Y si miro al suelo veo tu pelo. Y eso me pone más triste todavía. De manera que cada vez que pienso en ti y en tu pelo intento desviar mi atención hacia Elvis. Elvis, Tupelo, Condado de Lee, Misisipi. Ahora cuando escucho a Elvis también me pongo triste. Hasta hace poco imaginaba que algún conquistador español que se encontraba en una situación parecida a la mía había bautizado a Tupelo con ese nombre. Me he enterado de que realmente se llama así por una clase de árbol que es muy frecuente allí. Vale. Un botánico o algo parecido entonces. Un botánico en el mismo lugar que yo.
Podría lijar esa zona del salón, pero yo no sabría cómo hacerlo para que quedara bien y pedírselo a alguien resultaría bastante embarazoso porque de alguna u otra forma, aunque me inventara cualquier pretexto, acabarías saliendo a relucir. Tú y tu pelo reluciente. Así que voy a dejar las cosas como están. Tu pelo parece un insecto atrapado en ámbar. He visto Parque Jurásico. Es muy posible que en un corto espacio de tiempo la ciencia pueda hacer que vuelvas conmigo. Aunque tú, bueno, no seas esencialmente tú. Creo que me conformaría con que tuviera tu pelo.
(Escuchando: Turbonegro - Let's go to Mars)