22/6/15

el fantasma de los sanfermines pasados

El pamplonés desleal, el navarrico ingrato, parte cada año de la ciudad en llegando las fiestas del santo patrón para buscar pastos menos tumultuosos al sol de la costa tarraconense ante la incomprensión de sus vecinos. No hay quien entienda a éste. Vas a cambiarme Salou por el encierro, la salida de las peñas, el ambiente de lo viejo y las guiris, que la última vez a punto estuvimos de ligar. Anda, anda. Vaya jambo más raro. Con lo bien que se lo pasaba antes. Con lo que le gustaba. Así todos los veranos. No lo comprenderán jamás. Nada, un caso perdido. Un raro. Un fenómeno paranormal. Lo que pocos sospechan (aunque alguno imagina) es que el navarro descastao, el pamplonauta felón, abandona a hurtadillas el bungaló poco antes del mediodía del 6 de julio y se llega hasta la terraza del bar Las Gardenias donde pide un pacharán (no suelen tener) y que le pongan el chupinazo. A 400 kilómetros de casa quieras que no el zamarugo se ablanda. Invoca al fantasma de todos los sanfermines pasados y termina soltando la lagrimilla. Y como se conoce, lleva el pañuelo preparado para enjugar la llantina. Rojo, naturalmente. De qué otro color si no.

8/6/15

las manos de la bibliotecaria

Ah, si pudieran ver sus manos. Cristo bendito, qué hermosura. Rebosantes de colágeno, elastina y ácido hialurónico. Finas y suaves, femeninas hasta el colapso nervioso, hay que esforzarse para no besar cada falange, lengüetear las cutículas y roer con cariño las yemas de sus dedos. Ella piensa que soy capaz de leerme Moby Dick en un día y Los episodios nacionales completos en apenas quince (cualquier cosa con tal de volver a la biblioteca cuanto antes) y por eso la tengo en el bote. A mí me importa bien poco. Porque estoy frenéticamente enamorado de sus manos. Deseo focalizado. 

(Escuchando: Morrissey - Staircase at the university)